Una de las cosas que más me gustan de los viajes es la hospitalidad de los lugareños, esos gestos espontáneos que sólo pretenden que el visitante se sienta bien, sin esperar nada a cambio. Son pequeños detalles que dejan poso. El pasado fin de semana tuve una ración de hospitalidad vietnamita en Hoi An, una ciudad turística en el centro de Vietnam.
El viernes avisé a Phu, mi casero, de que no iría a la pachanga tenística del sábado, me iba a pasar dos días en Hoi An con mis compañeros Nacho, Guille y Caye. Al día siguiente, ya por la noche, me mandó un sms diciendo que tenía un primo allí, que si quería le llamaba para que le conociéramos. No sabía qué contestar, tenía excursiones previstas el domingo y tampoco quería que se sintiera obligado a quedar con nosotros, pero no me dio tiempo a decidir, a los cinco minutos recibí una llamada del primo en cuestión que se presentó como hermano de Phu y me propuso quedar el domingo a las nueve de la mañana. Como quería hacer una excursión por la mañana, le dije que a la una, y en eso quedamos. El domingo, cuando bajé a tomar el desayuno del hotel, sobre las 8.30, recibí una llamada de Tin. Inexplicablemente estaba en la recepción, a pesar de que nuestra cita era más de cuatro horas después. No traté de entender, quizá no pudiera quedar más tarde. Es un hombre de 56 años con un amago de bigote de Fumanchu y un pelajo kilométrico que le brota de un lunar en la mejilla y del que no pude apartar la mirada el tiempo que estuve con él. Me invitó a un café y, con las limitaciones idiomáticas habituales, charlamos un rato. Allí resolví el enigma de su parentesco con Phu: son cuñados.
Después, Nacho se unió a nosotros y Tin nos llevó a dar una vuelta por la ciudad, con parada en su casa, desde donde nos saludó efusivamente su mujer, y con fin de trayecto en la tienda de ropa de su hijo y su nuera, que también nos acogieron como si fuéramos de su familia. Una mente maliciosa podría pensar que querían pescar clientes, pero ni siquiera nos hicieron pasar para ver la mercancía, colocaron unas sillas a la entrada y nos invitaron a sentarnos y pasar un agradable rato con ellos. Al despedirnos, la nuera nos dio su número de teléfono para que les llamáramos si volvíamos. “Si venís otra vez, ni hablar de que vayáis a un hotel, en nuestra casa hay sitio”, nos insistió.
Nacho, la nuera de Tin, el propio Tin y su hijo
martes, 25 de noviembre de 2008
Hospitalidad
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4 comentarios:
Qué delicia. Sobre todo ese detalle de sacar las sillas a la calle para sentaros todos allí. Me alegro de que disfrutes de esos momenticos.
Sí, una delicia. Lo de las sillas en la calle es una de las peculiaridades de los vietnamitas, se pasan el día sentados en la puerta de sus tiendas, que a menudo son también sus casas.
Muy majetes todos, aunque en la foto salga la chica simulando cortarme las barbas... jeje
Yo la verdad es que al principio pensé que nos iban a meter en la tienda para que compráramos cositas pero fue una gran sorpresa cuando nos sacaron las sillas, nos ofrecieron una botellica de agua mineral y algo de fruta, todo gratis.
Al final el hombrecillo de la foto de la derecha del todo, que creo que era el marido de la hija del cuñado de nuestro casero (me lio con los parentescos) nos llevó al aeropuerto en su coche cobrándonos casi la mitad de lo que nos cobró un taxi a la llegada.
Un encanto de gente
Sí, el hombrecillo era sobrino del casero (hijo de su cuñado), pero no vamos a liarnos en embrollos de parentesco. Muy buena gente, como bien dices.
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