sábado, 8 de noviembre de 2008

La voz del pez gato

Estuve todo el día ansioso, deseando prestar mi voz a la vilipendiada causa del pez gato. Después del trabajo, indiqué la calle y la dirección al xe-om (moto taxista) y me dejó al lado de una estudio de fotos de bodas. Como no vi nada cercano que tuviera pinta de productora de televisión y ése era el número, entré, pensando que Dien también se dedica a la fotografía, un hombre polifacético. Le expliqué a una de las jóvenes dependientas, la que chapurreaba algo de inglés, que había quedado con Dien.
-¿Con el señor Dien? No está, vendrá mañana.
-Pero tengo una cita con él.
-No creo que venga, ha dicho que no volverá hasta mañana.
Un poco mosca, llamé a Dien, que me dijo que llegaría en cinco minutos. La dependienta, sorprendida, me invitó a esperar en un sofá y me ofreció un vaso de agua. Comentó algo con sus dos compañeras, se rieron las tres juntas como avergonzadas, tapándose la boca con la punta de los dedos, y volvió a acercarse a mí.
-¿Estás casado?
-No.
-¿De dónde eres?
-De España. Voy a trabajar aquí durante un año.
-¡Oh, España! Estoy muy contenta de que hayas venido. ¿Quieres mirar los álbumes?
Antes de darme tiempo a contestar, levantó una mole de media tonelada con imágenes de recién casados y la colocó sobre la mesa.
“Ok”, contesté, cada vez más perplejo ante los tintes surrealistas de la situación. La chica se sentó a mi lado y se lanzó a comentar las fotos con fruición. Cuando empezaba la apasionante historia del joven californiano que llevó al altar a una vietnamita, el teléfono rompió la magia. Era Dien.
-Eric, estoy en el estudio y no te veo, ¿dónde estás?
-Estoy en la planta baja, viendo unas fotos.
-¿Dónde? No te veo.
Como soy un tipo perspicaz, mientras decía eso salí de local, empezaba a sospechar que Dien no se dedicaba a sacar fotos de bodas. Nos encontramos en la calle y me llevó al verdadero estudio, sin darme tiempo para despedirme de la simpática dependienta, que se quedó compuesta, pero, eso sí, con novios a porrillo.
Dien me encerró a una sala de grabación y me dio las instrucciones: “Lee párrafo por párrafo, tú decides si hay que repetir, nosotros no entendemos nada de lo que dices”. Con la voz algo quebrada por la emoción de romper el largo e injusto silencio del pez gato, empecé la lectura. En una media hora ventilamos el asunto y no quedó mal, Dien se quedó contento aunque no entendiera nada, dijo que me llamaría más veces. Sólo lamenté no poder ver las imágenes sobre la que irá incrustada mi voz, espero conseguir una copia cuando el vídeo esté terminado y devolver al pez gato en el lugar que le corresponde.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pablo a dit... la historia es muy interesante, pero por desgracia no aclara ninguna de las 3 cuestiones planteadas por Minqueta...
En cuanto a la forma de reirse de la dependienta me recuerda mucho a como lo hacían las japonesas que visitaban Galway. Debe de ser un costumbre oriental...

Eric dijo...

Sí, lamento no tener respuestas para las sencillas preguntas de Minqueta. Me las podría inventar, pero éste es un tema demasiado serio.

Anónimo dijo...

Joder Eric, ya te he comentado más de una vez la envidia que me das. Desde luego que tu vida en Vietnam no es como para aburrirse. By the way, ¡gran blog!

Eric dijo...

Muchas gracias, Asier, espero no aburrirme. Seguro que tú en Chicago tampoco te aburres, aunque te helarás de frío en breve. He visto que has actualizado, ahora mismo voy a leerte.

Minqueta dijo...

Me parece inadmisible que no se contesten esos grandes misterios que atormentan mi vida. Solo me queda decir unas palabras en un tono solemne en honor al pez gato:
katuarraina kalera, amnistia osoa.
O dicho de otro modo:
kaaaaa-tuuu-aaaa aaaa-rraiiii-na