lunes, 2 de febrero de 2009

Kinabalu

Es verdad que la excesiva explotación turística, las cien personas que lo coronan cada día, los escalones en los tramos más delicados, la cuerda que llega hasta la cima para evitar caídas en las rocas, el variado buffet del refugio con calefacción a 3.000 metros de altitud o los coreanos jadeantes parados en mitad de la subida le quitan algo de encanto al monte Kinabalu, 4.095 metros, el techo del sudeste asiático en la parte malaya de la isla de Borneo. Todas estas singularidades le roban a esta bella y asequible subida alicientes tan importantes como la libertad y el silencio que dan las montañas. No le quitan, sin embargo, nada de su sobria majestuosidad.

Desde que decidí pasar el año nuevo lunar en Malasia y lo descubrí, el Kinabalu se había convertido en el plato estrella de las vacaciones. Después de cuatro meses de humos y asfalto en Saigón, necesitaba calzarme unas botas y respirar aire fresco, con el estímulo extra de pasar de 4.000 metros de altitud. Aunque es posible subirlo en un día, es recomendable hacerlo en dos, para que sea más llevadero y para poder llegar arriba antes de amanecer en la segunda jornada.
Subí con Florent, un francés que me encontré el día anterior y que, como yo, viajaba solo. Nos acompañó Yaserín, el guía que sube en sandalias. La Lonely Planet hablaba del excelente estado de forma de estos guías, que ascienden el monte varias veces por semana, pero el nuestro se empeñaba en llevarle la contraria y teníamos que pararnos a esperarle cada poco tiempo. Le pregunté si sus sandalias eran adecuadas para caminar por ese terreno y respondió que sí, y que para la segunda jornada tenía lo necesario en su mochila.


El guía Yasherin

La subida se inicia en Messilau, donde dormimos, a 2.000 metros de altitud, en un paisaje de frondosa selva tropical. En la primera jornada se recorren ocho kilómetros, hasta el refugio de Laban Rata, a 3.272 metros de altitud, donde hicimos noche. Arranca con un denso bosque con árboles de veinte metros y un estrecho camino serpenteante, pero los árboles se van convirtiendo en arbustos y plantas carnivoras y cuando se sobrepasan los 3.000 metros, los arbustos terminan por dejar paso a la roca desnuda. La niebla le daba a todo un aire místico.





planta carnivora

La noche en el refugio fue corta, quedamos con el guía a las tres de la mañana para cubrir los dos últimos kilómetros, más de ochocientos metros de desnivel, antes de que saliera el sol. Yaserín seguía con sus sandalias, la única diferencia con la víspera, el arma secreta que guardaba en su mochila, eran unos simples calcetines.
De madrugada, con la linterna en la cabeza, Florent y yo fuimos adelantando a los grupos de turistas que habían salido antes o los que habían empezado a toda pastilla, sobre todo a los sofocados coreanos, con sus relucientes prendas ad hoc (también las mías lo eran en su mayoría). No íbamos rápido, la empinada subida por las rocas lo impedía, pero encontramos un ritmo que no nos obligaba a pararnos, a pesar de que sí se notaba la falta de oxígeno, los pulmones se llenaban de aire vacío y nos obligaban a jadear más de lo habitual. Casi nos sorprendió encontrarnos con la cima en medio de la oscuridad a las cinco y media de la mañana, faltaban 40 minutos para el amanecer y éramos los primeros en llegar, hacía tiempo que el guía se había quedado atrás. Allí sí pudimos disfrutar unos minutos del sobrecogedor silencio de la montaña y, con un frío que partía las piedras (unos cero grados), esperamos las primeras luces del alba, mientras sonaba el intermitente goteo de los montañeros que iban llegando, incluido Yaserín, que nos sonrió al vernos y se encendió un pitillo. Dio pena tener que bajar con semejante espectáculo delante de nuestras narices, por eso fuimos los últimos en hacerlo.




10 comentarios:

Eric dijo...

Bueno, esperamos volver al ritmo habitual después del parón del Tet.

Anónimo dijo...

¡Qué maravilla, Eric! Y qué paisajes tan extraños. Me das una envidia enorme.

Eric dijo...

Reconozco que dar envidia era el principal objetivo de este post.

Anónimo dijo...

Pablo a dit... Dar envidia era el objetivo principal de este post o de todo el blog?

Eric dijo...

Ahí me has dao.

El Humilde Fotero del Pánico dijo...

Jooooder...
Ya me parecía a mí que llevabas demasiados días en silencio...
Impresionante documento, hermoso relato y preciosas fotos.
Por deformación 'emocional', tengo que hacer hincapié en este último aspecto -las fotos- y decir que me encanta, me alucina, una de ellas: la de los árboles vistos desde abajo, con las ramas abriéndose paso entre la niebla. Es acojonante, me encanta, Eric.
Un fuerte abrazo, que rima con cabronazo.
(El insulto lo provoca la envidia, ya perdonarás)

Eric dijo...

Gracias, Juan, a mí también me gusta mucho esa foto. Cuando la hice pensé en la peli Muerte entre las flores.

Eric dijo...

Y un fuerte abrazo para ti también.

El Humilde Fotero del Pánico dijo...

"Muerte entre las flores", jeje...
El gran Turturro arrodillado ante Gabriel Byrne, implorando falso perdón... "Mira en tu corazón, mira en tu corazón..."
Es una de las grandes... Tengo dos amigos que suelen discutir sobre su grandeza. Uno de ellos la pone por encima de "El Padrino" y el otro le llama exagerado... No sé. A mí me encanta... Y sí. Tienes razón. Esos árboles recuerdan al misterioso bosque de la peli...

Eric dijo...

La tendré que volver a ver, Juan, hace poco me compré la filmografía de los Cohen por 3 euros. Mi favorita de todos modos es El Gran Lebowsky. Recuerdo una frase de Walter (John Goodman) que viene al caso en este blog: "Esto no es Vietnam, en los bolos hay reglas".