viernes, 15 de mayo de 2009

El día que me compré un mono

Lo vi y no me pude resistir, fue un impulso irrefrenable, seguro que lo entendéis viéndolo en la foto de arriba. Me había parado con la moto para ver los animales exóticos de un puesto callejero y cuando una vendedora se sacó un diminuto mono del bolsillo, se fueron a dormir todas las neuronas de mi cerebro: fui a casa para coger dinero (no mucho, unos 12 euros) y volví dispuesto a comprar el animalito. Pero esta vez las astutas vendedoras tenían un nuevo reclamo: la indefensión del cachorro, de apenas un mes. Lo habían colocado con su madre, que medía unos 40 centímetros, y al separarlo era evidente el disgusto de ambos. Dudé, no me parecía bien separar a la cría de su madre, pero estaba demasiado ilusionado como para no comprar al mono, así que me paré unos minutos a pensar si me llevaba conmigo a la madre o abandonaba la idea de la nueva mascota.
Mientras analizaba pros y contras, un hombre paró su moto junto al puesto, dijo que se llevaba a la madre, la metieron en una bolsa de papel de estraza y se la llevó, visto y no visto, quién sabe si lo quería como mascota o para prepararse un guiso. Ya no tenía opción, así que me llevé a esa criatura mínima que cabía en la palma de mi mano. La madre ahora era yo.
El mono, al que bautizamos como Jochi, causó furor en el piso y, aunque mirándolo de cerca descubrí que era tuerto, no parecía en demasiado mal estado, trepaba por los barrotes de su jaula y se dio un paseo por mi habitación. Con algunos problemas conseguí darle plátano machacado, pero no probó la leche. El biberón que compré, el más pequeño de la farmacia, era demasiado grande para él así que lo intenté con una cucharilla, pero apenas tragaba.
Al día siguiente fui al veterinario sin coger hora y no pudo atenderme. Comí en un pequeño restaurante de enfrente cuya dueña quedó prendada con el animal, incluso le dio de comer y colocó unas ramas en la jaula. Se ofreció para cuidar al mono mientras yo trabajaba y le dio toda clase de cuidados durante la tarde.
Por la noche durmió hasta las 4 de la madrugada, cuando me despertaron sus quejidos. No era raro, al margen de que tuviera hambre, mis compañeros Caye y Nacho habían descubierto que esta especie de mono, un loris, es de hábitos nocturnos. Le di algo de leche y la tragó mejor que nunca. Después, lo tuve un rato en la cama, acurrucado en el bolsillo de mi pijama, pero lo devolví a su jaula por miedo a quedarme dormido y aplastarlo. Antes de ir a trabajar le volví a dar la leche y lo dejé tapado hasta el mediodía, cuando regresé para llevarlo al veterinario. Me lo encontré muy débil, apenas se movía y fue a peor, en el taxi dejó de moverse. Cuando por fin me atendió, el veterinario confirmó mis peores presagios: “It’s die”.
Me explicó que es muy difícil que estos animales sobrevivan sin su madre, que en la naturaleza se pasan varios meses pegados al pecho materno, sin separarse un instante. No me consoló ese atenuante, seguía sintiéndome culpable. Loc, compañero de trabajo, también estaba apenado, aunque debió de sentir cierto alivio por que ya no tuviera al animal en casa: “Los vietnamitas no tenemos monos en casa porque existe la creencia de que la queman. Como copian todo lo que hacen los humanos, pueden coger un mechero y prender fuego a la casa”.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Joe... pobre Jochi, yo estaba encoñadita con él :(

Gracias x reconocer nuestra incansable búsqueda para descubrir que tipo de bichino teníamos en casa.

Por supuesto lo mejor del post es la frase de Loc! Tendrías que hacer una entrada especial con los trabajadores vietnamitas de la OFECOME, me declaro fan de todos!

Caye

El Humilde Fotero del Pánico dijo...

Joder, Eric...
Vaya historia...

Eric dijo...

Caye, yo soy fan sobre todo de Loc.
Juan, sí, vaya historia...

Ander dijo...

Ostras, Eric, tienes el instinto paternal disparado... Y me has dejado ancongojado por el monete, pobrecico.

Minqueta dijo...

Solo diré lo que cantaron en su día los Pixies:
"This Monkey has gone to heaven"