lunes, 4 de mayo de 2009

Angkor Wat

¿Naturaleza salvaje y sobrecogedora o la inagotable capacidad del hombre para crear belleza? En los templos de Angkor, en Camboya, no hay que elegir. Angkor era la capital del imperio jemer, fundado en el siglo IX, y probablemente la mayor urbe del planeta hace mil años, cuando se calcula que rondaba el millón de habitantes. Durante casi 300 años los jemeres, de religión hindú, se dedicaron a construir majestuosos templos decorados con todo tipo de figuras e inscripciones en sánscrito que lo convierten en el complejo religioso más grande jamás construido. Los templos por sí solos ponen la carne de gallina por su valor arquitectónico pese al deteriorado estado de algunos (o quizá por eso). En aquella época eran las únicas construcciones en piedra en la zona, material reservado para los dioses.
Cuando el imperio jemer decayó por las sucesivas guerras con los cham y los siameses (de la actual Tailandia), el hinduismo dejó paso al budismo y la antigua ciudad de Angkor fue perdiendo su antigua primacía hasta caer en el olvido a partir del siglo XV. Tan sólo el deslumbrante templo de Angkor Wat (foto de arriba), el mejor conservado y más cercano a la ciudad de Siem Reap, se mantuvo como lugar de culto para los monjes budistas mientras que el resto, diseminados en un área de más de 400 kilómetros cuadrados (cuatro veces la superficie de Barcelona), fueron poco a poco invadidos por la naturaleza. Los primeros exploradores franceses que redescubrieron Angkor a finales del siglo XIX se encontraron con construcciones grandiosas devoradas por la selva tropical. Sobre las ruinas de los templos habían crecido árboles tan imperiales como las construcciones humanas, habían hundido sus raíces en la piedra y las paseaban por las antiguas murallas con deliberada ostentación. Algunos árboles de 30 metros de altura se dieron el capricho de alzarse sobre paredes a cinco o seis metros del suelo.
Los templos fueron restaurados y los árboles recibieron el castigo a su insolencia en forma de hachazos, pero los nuevos descubridores no quisieron borrar la huella del paso del tiempo en uno de los templos, el de Ta Prom, que nos sigue recordando la indestructible fuerza de la naturaleza. Ta Prom es fruto de un despiadado combate entre la jungla y la grandeza de la obra humana. A diferencia de lo que ocurre en las guerras del hombre, esta batalla dejó como recuerdo estampas sublimes, difíciles de superar.








1 comentario:

El Humilde Fotero del Pánico dijo...

Es verdaderamente alucinante cómo los árboles echan raíces en la roca de los edificios...
Un sitio espectacular.