El sábado, ya de madrugada, a Guille y Juan Carlos les apetecía comerse unos tallarines y les acompañé a un puesto callejero en frente del Go2, que es el último refugio de la noche saigonita, el epicentro de la decadencia. Dentro y fuera del bar deambulan las prostitutas y también los clientes, casi siempre occidentales entrados en carnes que ya no cumplirán los cincuenta. También abundan los niños de no más de ocho años que ponen una estudiada cara de pena al turista para colarle pañuelos o chicles mientras sus madres, que suelen vender cigarrillos, los vigilan a una distancia prudencial. El puzzle de este mercadeo infame lo completan los xe om (mototaxistas) que por la noche se reconvierten en camellos y asaltan al guiri al grito de “marihuana, cocaine, lady massá (masaje con sorpresa), bumbum (muy onomatopéyico)”.
Mientras esperábamos sentados en la calle a que prepararan los tallarines, se sentó a nuestro lado un inglés que cumplía con el perfil del turista putero y sin escrúpulos. Iba solo y como lo tenía detrás apenas pude ver sus lorzas chorreantes de sudor, sólo le oía decir sandeces y soltar algún improperio sobre su ex mujer. Al poco tiempo, una voz femenina le ofreció algo, no recuerdo si eran chicles o pañuelos y él respondió con un sonoro y jocoso “¿bumbum?”, con el descaro del que se sabe anónimo, mientras buscaba complicidad a su alrededor con un amago de carcajada.
No la tuvo, Guille y Juan Carlos, que lo tenían enfrente, le miraban con cara de asco y los dos o tres negros que nos rodeaban no estaban para muchos trotes. Me di la vuelta y me encontré con el pastel, la voz que le intentaba vender chicles o pañuelos no pasaba de 15 años y la acompañaban dos niñas que apenas tendrían ocho, probablemente sus hermanas, que no sé si entendían algo, debían de estar acostumbradas a lidiar con individuos de semejante calaña. La voz de 15 años se excusaba diciendo que ya tenía novio. El guiri alcoholizado y depravado hizo algún otro intento pero la chica insistió en lo del novio, pidiendo perdón a quien la estaba humillando.
Tras su fallido intento de encontrar compañía femenina, buscó la nuestra y al oírnos hablar español, nos preguntó si éramos de Cuba, probablemente había estado allí en su tournée de turismo sexual. No le desanimó nuestra indiferencia, dio por hecho que éramos cubanos (sí, llevaba más de una copa de más) y balbució algo sobre Fidel Castro. Entonces, Guille, que tiene su pronto, estalló: “¿Qué coño hablas de Cuba? ¿De dónde te sacas que somos cubanos? No estamos hablando contigo así que cierra la puta boca y déjanos en paz”. O algo así, pero en inglés. El guiri, que además de depravado era cobarde, miró para otro lado, se levantó sin hacer ruido y arrastró sus lorzas hacia el hotel con la cabeza gacha.
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3 comentarios:
Pablo a dit... Solo le faltó sacar la llave y rajarlo ahí mismo, como se hacía y se sigue haciendo por el Madrid de los Austrias.
Aaaaghsss, qué grima...
Eric, te recomiendo "Asia, burdel del mundo", un libro-reportaje impresionante de Zigor Aldama, que anduvo en los putiferios más terroríficos del sudeste asiático y cuenta historias alucinantes. Es difícil de encontrar, pero si quieres, te lo pasaré alguna vez.
Pablo, veo que sigues en forma.
Ander, me lo apunto para cuando vuelva.
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