Pasar una semana en Vietnam cubriendo el concurso de Miss Tierra (una especie de Miss Universo con trasfondo ecológico que se inventó hace nueve años una empresa filipina) resulta un trabajo agradable. Andar cuatro días en un lujoso hotel de Nhatrang persiguiendo a beldades (bonita palabra recién descubierta) latinoamericanas para entrevistarlas y grabando en vídeo sus ensayos, tiene sus inconvenientes, especialmente por la afición vietnamita a prohibir, pero en general es una misión sencilla, que no requiere estrujarse la cabeza y sí, alegra la vista.
Al margen de lo simpáticas y guapas que eran las modelos, que lo eran (a este paso me voy a convertir en una especie de Anson asiático), siempre es agradable volver a Vietnam, a lugares que un día me sorprendieron y que hoy miro con una suerte de nostalgia pausada, recordando a los que me acompañaron al inicio de aquel viaje pero ya hace tiempo que emprendieron el camino de vuelta. Las mismas ciudades se ven con otros ojos, queda lejos la avalancha de nuevas sensaciones de la primera vez y deja paso a un paladeo relajado de los pequeños placeres. Uno vuelve a Vietnam como quien se reencuentra con un viejo amigo, sabiendo que ambos hemos cambiado, pero reconociéndonos en lo sustancial.
Por eso disfruté desayunando pho (sopa de tallarines de arroz y diversas hierbas) en la tasca de al lado de mi hotel, paseando en los ratos libres, practicando mi vietnamita con los taxistas, y hasta oyendo el repetitivo mensaje que escupen las esquinas más oscuras de la noche en lugares tan turísticos como Nhatrang: "¿Marihuana, cocaine, lady, masá, bumbum?".
Mientras volvía al hotel tras salir a cenar, iba rechazando esas ofertas con la displicencia del que se sabe (o se cree) veterano, dando a entender que yo, un viejo combatiente en Vietnam con el culo pelado no iba a caer en las trampas de raterillos y proxenetas de baja estofa. Y claro, caí.
Esta vez la sórdida oferta de la noche venía sin los habituales intermediarios, en forma de una joven (no juraría que fuera mujer) que me abordó de improviso ofreciendo un "masá bumbum". Fue más agresiva de lo habitual y como iba solo me intentó agarrar el brazo, pero la aparté sin mediar palabra. No pareció convencerle mi indiferencia y continuó persiguiéndome unos segundos, hasta que di con una avenida principal donde había policías y desistió. A los dos minutos comprobé que mi teléfono móvil ya no estaba en el bolsillo de mi pantalón.
La rabia me pedía dar media vuelta y salir corriendo, pero decidí que era mejor caminar como si nada, para no espantarla, en el improbable caso de que siguiera por allí. Evidentemente, se había esfumado, pero un poco más adelante, encontré a otras tres apóstoles del "bumbum" y les pregunté, con un buen cabreo, por su amiga, prometiéndoles dinero si me ayudaban.
"No sabemos, se ha ido, habla con la mafia", me dijo una de ellas señalando a uno de esos motoristas que se pasan la noche persiguiendo a los turistas con su cansino mensaje. Vino el primer hombre de la "mafia" a la caza del hombre blanco, y vino un segundo, y vino un tercero, de prominente barriga que parecía el cabecilla, y nos pusimos a negociar. Cuando fijamos un precio (unos 20 euros), me llevaron a un lugar más alejado en su moto, por un momento tuve miedo y pedí que me bajaran, pero por sus gestos entendí que simplemente querían alejarse de la Policía.
Me quedé esperando con bastante desconfianza en una esquina con dos de los mafiosillos mientras el gordo fue en busca del teléfono. A los cinco minutos apareció con mi aparato, que no soltó hasta que no le entregué los 500.000 dongs pactados. Finalizada la transacción, el gordo hizo un amago de abrazarme como colofón al "amistoso" negocio, pero lo aparté. Me alejé del grupo en cuanto pude, aliviado, y con una agitación que recordaba a la de mis primeros pasos por Vietnam, aunque el sentimiento era totalmente opuesto.
3 comentarios:
Jaja, Erik, vaya tela! Cómo es posible que a un veterano como tú le sigan pasando estas cosas? Eso sí, veo que ya te entiendes bien con las mafias, ¿no?, qué fuerte!
Saludos
Pablo a dit... Eric, veo que sigues moviéndote como pez en el agua por los bajos fondos de Saigon, Manila o Irún. PD: González me manda recuerdos para ti.
Bueno, Aurora, supongo que con las mafias se entiende bien quien les pague. Saludos para ti también.
Pablo, uno hace lo que puede, aunque mejor no tener más historias de este tipo.
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