Hace unos días me fui al monte Pinatubo con un grupo de unos 40 montañeros filipinos que organizan excursiones a buen precio. Había que salir de Manila a las dos de la mañana para estar todo el día de un lado a otro sin apenas dormir, pero valió la pena por ver un paisaje mpresionante. El monte Pintatubo era un viejo volcán a unos 90 kilómetros de Manila, erosionado y cubierto de selva tropical hasta que en junio de 1991 se enfureció y lanzó la segunda mayor erupción conocida en todo el siglo XX. Llevaba unos 500 años dormido y su explosión fue tan colosal que la nube de gases que formó rebajó la temperatura del planeta en medio grado en el año siguiente. Hubo miles de evacuados y 800 personas murieron al desplomarse sus casas por el peso de las cenizas acumuladas en el tejado.
El lahar, el barro formado por la mezcla del agua de lluvia y ceniza, fue avanzando en los años siguientes en cada estación lluviosa y obligó a reconstruir varios pueblos que fueron literalmente engullidos. Una vieja iglesia española del siglo XVI en la ciudad de Bacolor, a unos pocos kilómetros, quedó a mitad cubierta, de modo que lo que antes eran las ventanas se han convertido en puertas de entrada. Las tribus que vivían en las inmediaciones del volcán tuvieron que abandonar sus tierras, algunos para siempre.
La erupción también cambió la fisonomía del monte, que se encogió en 300 metros y se quedó con un gran cráter que la lluvia fue llenando hasta convertirlo en el llamado Lago Pinatubo, cuyo color turquesa cada vez atrae a más turistas y que incluso ha sido acondicionado para satisfacer al público local (un error para mi gusto).
La furgoneta nos dejó en un pueblo de la provincia de Tarlac, desde donde montamos en unos todoterrenos desvencijados que nos iban a dejar a pie del cráter después de atravesar un paisaje espectacular en el que la vida se abre paso en un terreno aparentemente yermo. Sobre la arena volcánica ha brotado la hierba y ya se dejan ver algunos árboles. El agua que baja del monte serpentea y va formando frágiles cauces que se entrecruzan, como si se mostrara indecisa antes de decantarse definitivamente por uno.
Desde el vehículo veíamos a los lugareños, algunos de ellos son los llamados "aeta", de rasgos distintos al resto de filipinos: pelo rizado y piel muy oscura, se les puede confundir con negros y de hecho los colonos españoles les llamaban "negritos". Si me ponen delante a un "aeta" y a un keniano de toda la vida no sabría distinguirlos. Nos cruzamos con alguno montado en un buey y con un grupo que viajaba con una guitarra y poco más en un carromato también tirado por bueyes, totalmente aislados de la civilización. De hecho, estas tribus ni siquiera hablan el idioma tagalo, teóricamente común a todos los filipinos.
Después de dos horas de coche, con paradas incluidas para empujar, iniciamos la marcha, que no tiene ningún misterio: apenas hay pendientes y la única dificultad consiste en cruzar un riachuelo de vez en cuando. Pese a que para mí le han quitado encanto construyendo un cobertizo para excursionistas y asfaltando el camino que baja hasta el cráter, el color turquesa del agua le da un carácter insólito. Y no sé si será sano bañarse en un agua así, pero sienta de lujo refrescarse después del largo trayecto. Lo mejor es que si uno abre los ojos debajo del agua ve la vida de color turquesa.
2 comentarios:
Pablo a dit... Qué visita más chula! Si alguna vez vuelvo a Filipinas, visitaré el Pinatubo. El agua está caliente? Por cierto, no hay una isla en Filipinas que se llama Negros? Los lugareños también son aetes?
No he estado en Negros, pero los aetas que quedan sólo viven en Luzón. http://en.wikipedia.org/wiki/Aeta
De todas formas, los negritos eran todos los oscuros de la zona, creo que también los había en Malasia. El parecido con los negros africanos es asombroso, tendré que investigarlo un poco.
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