Alguno habrá visto en los telediarios los vídeos sobre las crucifixiones en Filipinas, que se repiten todos los años. Las más famosas y multitudinarias son las de un pueblo llamado San Pedro de Cutud, las que salieron en todos los informativos, pero fui a cubrir las de una aldea más pequeña, Arrayat, en la que todo es más improvisado y más cutre, pero con más encanto.
Se sacrifican de ese modo porque creen que así se aseguran la buena salud de sus familias, sin hacer caso a lo que dice la propia Iglesia Católica del país, que no recomienda los actos, aunque tampoco se opone con contundencia. Impresiona y asusta ver lo seguros que están, aunque ellos se lo guisan y se lo comen y no hacen daño a nadie salvo a sí mismos. Y impresiona ver también con qué entereza soportan los cortes y los clavos, sin aspavientos ni ninguna concesión a la galería, sin dar un solo grito y reprimiendo las muecas de dolor.
Hace unos días, hablé con uno de ellos, Marlon Yusi, de 31 años y que se lleva crucificando desde los 16 años. Está convencido de que unas manchas que le aparecieron a su hija en la piel se le borraron gracias a su pentencia.
Noel Cojungco cree que la salud de su padre ha mejorado un poco gracias a que se flagela desde hace cinco años. Aquí lo contaban hace unos días.
y aquí está la crónica que escribí.
Dejo los dos vídeos que edité, más o menos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario