lunes, 15 de febrero de 2010

Happy ending

Después de las anécdotas sobre los timadores de poca monta que merodean cerca de mi casa, ya toca hablar de la gente de bien de este país. Por las mañanas suelo ir algo apurado al trabajo, aunque gracias a la bici, recupero en el trayecto el tiempo que me roban el sueño y mis desayunos con fundamento.
Hace unos días tuve que dejarla en casa un par de días por unos problemillas mecánicos y suplí los pedaleos por un apresurado footing matutino, actividad nada agradable en ropa de trabajo y respirando los malos humos de esta ciudad hipertrofiada. Llegué a la oficina a tiempo, pero al entrar vi que el bolso en el que suelo llevar mis cosas (cartera, cámara a veces, libreta, libro...) estaba abierto y lo había estado durante toda la extenuante carrera desde mi casa. Y, como temía, faltaba la cartera.
Me acordé de aquel simpático timador que quería ver de qué pasta están hechas las billeteras españolas y pensé que quizá había cumplido su sueño y que si no era él, a otro le hubiera alegrado el día, además ese día llevaba más dinero de lo habitual. Salí disparado para recorrer el mismo trayecto en sentido contrario, corriendo pero examinando cuidadosamente el suelo hasta que, a mitad de camino, casi choqué con un mensajero que me preguntó si había perdido la cartera.
Él no la había encontrado, pero vio cómo se la llevaba una chica que trabaja en un edifico cercano, al que me acompañó. La chica, que la había visto caer pero no pudo alcanzarme ni yo oírla a ella, llamó al número de móvil que había encontrado en la cartera y la historia tuvo un final a la altura del extravagante nombre de mi salvadora: Happy.

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