Terminamos la serie iniciada hace una semana con algunos de los testimonios recogidos en los cuatro días que estuve en Cagayan de Oro, la ciudad más afectada por las riadas del sur de Filipinas.
Raul Valdes, 42 años
"Este es el principio de mi segunda vida". Raul descansa en un taburete en uno de los centros de refugiados de Cagayan de Oro. Ha aparecido el cadáver de su mujer, pero no los de sus hijos, de dos años la niña, y de dos meses el niño. Es cojo, tiene una malformación congénita en el pie -"puedo andar pero como un pingüino"- y no sabe nadar. Por eso no sabe muy bien cómo sobrevivió arrastrado decenas de kilómetros, por la riada primero y por la corriente marina después.
"Me agarré a una rama y me rescataron 24 horas después cerca de la isla de Camiguin, a 50 kilómetros de mi casa. Me hice unas heridas en la pierna y en el hombro, pero estoy mejor. Ahora mi única preocupación es encontrar dinero para pagar el entierro de mi esposa. Después, no sé qué haré, perdí todas mis pertenencias en la riada, el agua se llevó mi vida anterior y ahora tengo que empezar una nueva. Soy técnico de televisión, pero ya nada me une a Cagayan de Oro, creo que viajaré a Manila, donde vive mi hermano, e intentaré encontrar trabajo".
En el basurero
-¿Has venido a ver a los muertos?
- Sí
- ¿Pero quieres hacer fotos?
-Sí, y un vídeo
- Si es de los muertos, no pasa nada, pero ten cuidado de no sacar la basura, está prohibido.
Mientras se decidía a enterrar a los muertos sin nombre en fosas comunes, el alcalde decidió depositar cerca de un centenar en el basurero municipal, la mayoría descubiertos, otros protegidos por plásticos, o por simples periódicos. Unos cien metros antes de llegar al lugar, el olor de la basura se comienza a mezclar con el penetrante hedor de la muerte. El sol golpea con fuerza, es mediodía y la temperatura ronda los 30 grados. En el punto más alto del basurero, empleados municipales han instalado cuatro toldos para dar sombra a familiares de desaparecidos que se acercan con la única esperanza de recuperar cadáveres. Los niños del barrio de chabolas instalado en el mismo vertedero curiosean, señalan algún cuerpo más escabroso que el otro, como si no fueran reales. No lo parecen.
Lolita Sierras, de 56 años, vuelve de reconocer a su sobrina Imelda en uno de esos cuerpos devorados por las moscas. "La hemos identificado por un lunar en el brazo y la forma de las uñas, en nuestra familia las tenemos más pequeñas y redondeadas. La cara es imposible de reconocer, es algo terrible de ver", comenta con una asombrosa sobriedad.
El marido de Imelda también murió, pero su cuerpo aún no ha aparecido, igual que el de la hermana de Lolita. Sorprende la entereza de las víctimas, su resignación ante el destino.
Cuando termino de hablar con Lolita, conozco a Brian, con quien inicio una conversación en castellano. Él lo habla casi a la perfección, con acento mexicano por los tres años pasados en Guadalajara trabajando de técnico industrial. Tiene 27 años y ha venido a buscar el cuerpo de su tía, de 43 años. "Todavía no he ido a ver si encuentro el cadáver, el olor me retrae, voy a esperar a que vengan otros parientes. Sólo esperamos que esté aquí".
Brian vivía con su tía, su prima y su hermana y a los cuatro les sorprendieron las inundaciones en casa al filo de la medianoche. Su tía pereció, su prima y su hermana se salvaron refugiándose en una casa más alta y él sobrevivió agarrado a una caña de bambú cuando fue arrastrado más de diez kilómetros por el río. Lo rescataron a las seis de la mañana del día siguiente en el puerto. Se ha quedado sin casa y duerme en el hospital, donde está ingresada su hermana.
El taxista
De camino al cementerio, le pido al taxista, un hombre serio y callado de unos 50 años, que vaya parando unos minutos cerca de algunas de las zonas más afectadas para tomar fotos y vídeos. Cuando regreso de uno de los poblados más afectados, pone el motor en marcha y por fin dice más de dos palabras seguidas: "Es muy triste, es la primera vez que ocurre en Cagayan de Oro". Le pregunto si su familia está bien y rompe a llorar. "Mi hermana. Desapareció. Se la llevó el agua. Es muy triste". Sigue llorando y le propongo parar el coche el tiempo que necesite para calmarse. Entre sollozos, responde que no, e insiste en seguir adelante.
Raul Valdes, 42 años
"Este es el principio de mi segunda vida". Raul descansa en un taburete en uno de los centros de refugiados de Cagayan de Oro. Ha aparecido el cadáver de su mujer, pero no los de sus hijos, de dos años la niña, y de dos meses el niño. Es cojo, tiene una malformación congénita en el pie -"puedo andar pero como un pingüino"- y no sabe nadar. Por eso no sabe muy bien cómo sobrevivió arrastrado decenas de kilómetros, por la riada primero y por la corriente marina después.
"Me agarré a una rama y me rescataron 24 horas después cerca de la isla de Camiguin, a 50 kilómetros de mi casa. Me hice unas heridas en la pierna y en el hombro, pero estoy mejor. Ahora mi única preocupación es encontrar dinero para pagar el entierro de mi esposa. Después, no sé qué haré, perdí todas mis pertenencias en la riada, el agua se llevó mi vida anterior y ahora tengo que empezar una nueva. Soy técnico de televisión, pero ya nada me une a Cagayan de Oro, creo que viajaré a Manila, donde vive mi hermano, e intentaré encontrar trabajo".
En el basurero
-¿Has venido a ver a los muertos?
- Sí
- ¿Pero quieres hacer fotos?
-Sí, y un vídeo
- Si es de los muertos, no pasa nada, pero ten cuidado de no sacar la basura, está prohibido.
Mientras se decidía a enterrar a los muertos sin nombre en fosas comunes, el alcalde decidió depositar cerca de un centenar en el basurero municipal, la mayoría descubiertos, otros protegidos por plásticos, o por simples periódicos. Unos cien metros antes de llegar al lugar, el olor de la basura se comienza a mezclar con el penetrante hedor de la muerte. El sol golpea con fuerza, es mediodía y la temperatura ronda los 30 grados. En el punto más alto del basurero, empleados municipales han instalado cuatro toldos para dar sombra a familiares de desaparecidos que se acercan con la única esperanza de recuperar cadáveres. Los niños del barrio de chabolas instalado en el mismo vertedero curiosean, señalan algún cuerpo más escabroso que el otro, como si no fueran reales. No lo parecen.
Lolita Sierras, de 56 años, vuelve de reconocer a su sobrina Imelda en uno de esos cuerpos devorados por las moscas. "La hemos identificado por un lunar en el brazo y la forma de las uñas, en nuestra familia las tenemos más pequeñas y redondeadas. La cara es imposible de reconocer, es algo terrible de ver", comenta con una asombrosa sobriedad.
El marido de Imelda también murió, pero su cuerpo aún no ha aparecido, igual que el de la hermana de Lolita. Sorprende la entereza de las víctimas, su resignación ante el destino.
| Brian Molo |
Brian vivía con su tía, su prima y su hermana y a los cuatro les sorprendieron las inundaciones en casa al filo de la medianoche. Su tía pereció, su prima y su hermana se salvaron refugiándose en una casa más alta y él sobrevivió agarrado a una caña de bambú cuando fue arrastrado más de diez kilómetros por el río. Lo rescataron a las seis de la mañana del día siguiente en el puerto. Se ha quedado sin casa y duerme en el hospital, donde está ingresada su hermana.
El taxista
De camino al cementerio, le pido al taxista, un hombre serio y callado de unos 50 años, que vaya parando unos minutos cerca de algunas de las zonas más afectadas para tomar fotos y vídeos. Cuando regreso de uno de los poblados más afectados, pone el motor en marcha y por fin dice más de dos palabras seguidas: "Es muy triste, es la primera vez que ocurre en Cagayan de Oro". Le pregunto si su familia está bien y rompe a llorar. "Mi hermana. Desapareció. Se la llevó el agua. Es muy triste". Sigue llorando y le propongo parar el coche el tiempo que necesite para calmarse. Entre sollozos, responde que no, e insiste en seguir adelante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario