sábado, 3 de septiembre de 2011

Cambios

Cada vez que vuelvo a casa tengo la engañosa sensación de que nada ha cambiado. Evidentemente, es una sensación remotamente basada en la realidad, porque cada vez que vuelvo, mi casa, mi familia, mis amigos, yo mismo, hemos disfrutado o padecido grandes o pequeños cambios en nuestras vidas que a la fuerza nos hacen ser distintos sin dejar de ser los mismos. Luego están las variaciones en el paisaje cotidiano, en el barrio que no tengo porque vivo (vivía) en el centro, en esos personajes más o menos accesorios de nuestras vidas, a los que nuestros ojos se acostumbran, con los que intercambiamos un fugaz saludo sin interesarnos más por sus vidas ni ellos por las nuestras porque son, somos, paisaje.

También ellos desaparecen a veces igual que yo supongo que lo hice a mi manera cuando me fui a Vietnam. Yo regreso al menos una vez al año y me vuelvo a integrar temporalmente en ese paisaje en el que nunca me siento extraño, pero algunos ya no formarán parte de él y serán un recuerdo que se irá desvaneciendo cada vez más igual que el de los viejos comercios que durante años nos parecían perennes.

Una enfermedad extraña y larga se llevó hace un año a Miguel, el mecánico simpaticote y charlatán que tantas veces nos sacó de un apuro cuando se gripaba aquel viejo Ford Escort a la hora de ir al cole y al que nunca terminé de creer del todo sus caóticas explicaciones sobre las múltiples averías del vehículo.

También fue borrado hace poco por otra enfermedad rara y penosa el vecino de garaje que siempre se daba la vuelta un par de veces después de salir para comprobar que había cerrado bien la puerta y que en las últimas Navidades me habló de un compañero de mili nacido en Filipinas. Y Tita, la farmacéutica prima de mi madre a quien un infarto se llevó con nocturnidad y alevosía. Y Pascual, el notario, amigo de la familia y una de las personas más buenas con todas las letras que he conocido nunca, fulminado por otro infarto hace ya dos años.

Se fueron, y alguna vez recordaré al vecino maniático, y las explicaciones atolondradas de Miguel, y la bonhomía de Pascual y notaré el vacío que ha dejado Tita en la farmacia. Sin embargo, serán recuerdos fugaces, simples chispas rápidamente apagadas por las ocupaciones de la vida cotidiana.

Hoy ando con una mezcla de melancolía y orgullo fraternal por otro tipo de cambio, uno de los que de verdad se notarán casi en cada instante. Rubén es mi hermano, tiene 18 años y acaba de subirse a un tren cargado con tres maletones rumbo a París, donde va a estudiar los próximos años. En el fondo ninguno nos lo creemos porque Rubén es el pequeño y los pequeños nunca llegan a crecer del todo ni se saben valer por sí mismos y sobre todo no se montan en trenes con tres maletones con rumbo a París. Me cuesta pensar que quizá la próxima vez que vaya a casa él esté lejos y no pueda vapulearle a la Wii, ni podamos tomar el pelo a mi hermana, ni ir juntos a ver al Bidasoa o al Real Unión. A veces me entra la tentación de disfrazarme de hermano mayor peñazo y darle los cientos de consejos que no se me ocurren y decirle que él no se da cuenta, o quizá sí, porque es mil veces más listo que yo, de que deja atrás una vida que le parecerá cada vez más remota, y que volverá en vacaciones pero nada será igual porque él no será exactamente el mismo ni tampoco los de su alrededor, aunque cada vez que vuelva tendrá la engañosa sensación de que nada ha cambiado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pablo a dit... En La Défense no se permiten este tipo de sensiblerías, y menos aún cuando ya ha abierto la bolsa de Tokyo y el indice Nikkei cotiza a la baja.
Dicho esto, más os vale a Rubén y a ti estar en Irún las próximas Navidades para tomar una croquetas donde la madre de Iñaki (tan buenas como siempre) o escuchar los mismos villancicos de toda la vida en el Kurpil; y sobre todo en San Marciales para no perder la costumbre. Y no hace falta que Rubén pierda 6-7 horas de tren, está a 70 euros y una hora de Biarritz con easyjet. Vamos, a la vuelta de la esquina. Además, según me contó en la Dune du Pyla mientras otros tenían ojos estrábicos, el que te vapuleaba en la WII era él a tí!!!

Eric dijo...

Qué rápido eres contestando, tu fidelidad a un blog tan poco activo me abruma. Me sorprende que tú salgas en contra del tren con lo bien que lo hemos pasado tú y yo viajando en tren por media Europa. Incluyo también un viaje a París. Nada que ver con hacerlo en avión. Lo de las croquetas, me temo que este año no podrá ser.

Anónimo dijo...

Pablo a dit... era por quitarle un poco de carga melancólica al post. No es lo mismo la estampa de la despedida en una estación de tren en color sepia, que en un moderno aeropuerto...
Salvo por esto, no tengo nada en contra del tren, especialmente los de vagón cama, y siempre y cuando tu madre se haya encargado de la intendencia alimentaria.
Mi fidelidad a este blog desafía toda lógica, pero por ello se puede decir que soy un incontournable...