
Desde pequeño me hizo gracia el personaje de Susun Korda (o el Susun Korda, con artículo queda más místico), ese tipo al que mandamos hacer las cosas que no nos apetecen (lo va a hacer el Susun Korda) o cuya autoridad desafíamos, por muy grande que sea (no lo haré ni aunque lo diga el Susun Korda). Solía imaginar que el Susun Korda era un personaje oriental, vestido con una túnica o como un samurai y con la cabeza rapada al estilo del protagonista de la serie Kung Fu. Era un tipo supuestamente venerable, pero pringado a la vez, pues nadie se mostraba dispuesto a respetar su autoridad y se le invocaba para encomendarle las tareas más ingratas.
Al cabo de unos años aprendí que Susun Korda es en realidad Sursum corda (arriba los corazones en latín), una parte de la misa preconciliar que pasó al acervo popular con su peculiar significado. Sigue siendo una de las expresiones que más gracia me hacen y, pese a que ahora conozco su origen, cuando la oigo me sigo imaginando al sabio oriental al que todo el mundo toma por el pito de un sereno.
Por alguna extraña mezcla de cansancio, exceso de sol y agua marina y una saludable enajenación mental, el Susun Korda (era él y no el de la expresión latina) irrumpió en la expedición del pasado fin de semana en Donsol, al este de Filipinas, donde acudimos para ver a los famosos butandines o tiburones ballena, los peces más grandes del planeta. Apareció en la conversación mientras navegábamos y no dejó de provocarnos carcajadas en todo el día.
Nadar con tiburones ballena es una experiencia única, uno empieza a salivar desde que ve la aleta de los bichos sobresalir del agua como en los dibujos animados y cuando vislumbra su imponente sombra de casi diez metros de largo a un palmo de la superficie. Los animalicos - unas 30 toneladas de nada- son inofensivos, se alimentan de plancton y se despreocupan de las decenas de pesaos que se pegan una paliza con aletas y máscara de buceo para perseguirles. Yo fui uno de ellos y durante algunos segundos pude nadar mirándole el jeto, la enorme boca cerrada, las rémoras sujetas a la aleta. Si me dejaba ir hacia atrás o me adelantaban los demás (aquello era como abrirse hueco en un esprint ciclista) veía la imponente cola que se balanceaba despacio y a veces se acercaba demasiado. Es el único peligro de este pacífico escualo, que te dé un coletazo accidental.
Con el guía aprendimos que los butandines viven entre 100 y 150 años. Uno imagina lo que pensará un tiburón ballena que lleve un siglo viajando miles de kilómetros al lugar de veraneo con la familia, sin que nadie le toque las narices, y se tope en la última década con miles de humanos medio tontos (perdón por el medio pleonasmo) que se pelean por seguirle unos segundos. Como parece un ser bastante pasota, cuando se cansaba de nosotros se sumergía cuatro metros y desaparecía de nuestra vista.
¿Y qué tiene que ver con esto el bueno de Susun Korda?
Nada, que apareció por allí y que si pienso en el fin de semana no puedo dejar de sonreír al acordarme de este personaje, que en el culmen de la enajenación mental terminó hablando con acento tejano, o lo que sea el ininteligible discurso del gran Jeff Bridges en True Grit, la última joya de los Cohen.
Al cabo de unos años aprendí que Susun Korda es en realidad Sursum corda (arriba los corazones en latín), una parte de la misa preconciliar que pasó al acervo popular con su peculiar significado. Sigue siendo una de las expresiones que más gracia me hacen y, pese a que ahora conozco su origen, cuando la oigo me sigo imaginando al sabio oriental al que todo el mundo toma por el pito de un sereno.
Por alguna extraña mezcla de cansancio, exceso de sol y agua marina y una saludable enajenación mental, el Susun Korda (era él y no el de la expresión latina) irrumpió en la expedición del pasado fin de semana en Donsol, al este de Filipinas, donde acudimos para ver a los famosos butandines o tiburones ballena, los peces más grandes del planeta. Apareció en la conversación mientras navegábamos y no dejó de provocarnos carcajadas en todo el día.
Nadar con tiburones ballena es una experiencia única, uno empieza a salivar desde que ve la aleta de los bichos sobresalir del agua como en los dibujos animados y cuando vislumbra su imponente sombra de casi diez metros de largo a un palmo de la superficie. Los animalicos - unas 30 toneladas de nada- son inofensivos, se alimentan de plancton y se despreocupan de las decenas de pesaos que se pegan una paliza con aletas y máscara de buceo para perseguirles. Yo fui uno de ellos y durante algunos segundos pude nadar mirándole el jeto, la enorme boca cerrada, las rémoras sujetas a la aleta. Si me dejaba ir hacia atrás o me adelantaban los demás (aquello era como abrirse hueco en un esprint ciclista) veía la imponente cola que se balanceaba despacio y a veces se acercaba demasiado. Es el único peligro de este pacífico escualo, que te dé un coletazo accidental.
Con el guía aprendimos que los butandines viven entre 100 y 150 años. Uno imagina lo que pensará un tiburón ballena que lleve un siglo viajando miles de kilómetros al lugar de veraneo con la familia, sin que nadie le toque las narices, y se tope en la última década con miles de humanos medio tontos (perdón por el medio pleonasmo) que se pelean por seguirle unos segundos. Como parece un ser bastante pasota, cuando se cansaba de nosotros se sumergía cuatro metros y desaparecía de nuestra vista.
¿Y qué tiene que ver con esto el bueno de Susun Korda?
Nada, que apareció por allí y que si pienso en el fin de semana no puedo dejar de sonreír al acordarme de este personaje, que en el culmen de la enajenación mental terminó hablando con acento tejano, o lo que sea el ininteligible discurso del gran Jeff Bridges en True Grit, la última joya de los Cohen.
2 comentarios:
Lo del pito del sereno tampoco está nada mal :-)
Jeje, sí, Ander, mientras lo escribía lo pensé, creo que me influyó estar hablando de expresiones viejunas.
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