Si hay una expresión tagala que ilustra el modo de ser filipino es el “bahala na”, algo así como “lo que tenga que ser, será” o “Dios proveerá” o "hakuna matata", que hace que muchos vivan al día sin preocuparse por un futuro que de todos modos es impredecible.
Supongo que el “bahala na” es en parte una estrategia de supervivencia, una forma de conservar la sonrisa cuando ocurran las desgracias, que tarde o temprano llegarán en forma de tifón, erupción volcánica o terremoto. Es también una vacuna para la población más pobre, la que vive hacinada y rodeada de basura en los barrios de chabolas que crecen en cualquier rincón de las grandes ciudades, la de los que no tienen más remedio que vivir al día, sin hacer planes.
A mí el “bahala na” me gusta, puede chocar con nuestras costumbres occidentales, puede exasperarnos cuando esperamos más de la cuenta en un restaurante (esto se nota sobre todo fuera de Manila y de los lugares más turísticos), pero es algo de lo que deberíamos aprender en nuestras sociedades donde todo está tan medido, donde vivimos invadidos por la insatisfacción y cambiamos la sonrisa por el miedo.
También pienso que esta filosofía se convierte en una trampa cuando se lleva al extremo y se confunde con la vagancia, que es una de las razones por las que el país vive instalado en un subdesarrollo perpetuo.
Como en todo, hay excepciones. Por alguna extraña razón, el alma “bahala na” se extravía cuando toca hacer cola. En esos momentos, al filipino le crece el colmillo de la competitividad despiadada, olvida la sonrisa, la solidaridad entre vecinos tan propia del archipiélago y se lanza sin tregua en busca de un hueco que le permita acortar la espera.
Nada como un avión recién aterrizado para comprobar la metamorfosis que las colas provocan en el alma filipina: en cuanto la nave se detiene todos saltan como un resorte de sus asientos y se lanzan con furia hacia el pasillo (algo también propio de otros países asiáticos). Una vez que las puertas se abren y la fila comienza a avanzar, es de suicidas intentar incorporarse, al menos si uno lo intenta de buenas maneras y confiando en la cortesía ajena. En esos casos se puede optar por meterse el cuchillo entre los dientes, sacar los codos y empujar sin mirar quién viene por detrás ni pedir perdón. El precio a pagar es muy alto para mi gusto: uno se expone a que le contagien el estrés y arriesga su integridad física.
A no ser que de verdad tengamos prisa, resulta mucho más gratificante esperar tranquilamente en el asiento hasta que todos hayan salido, aplicando así el saludable concepto del “bahala na”.
lunes, 28 de febrero de 2011
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4 comentarios:
No podría estar más de acuerdo con tu reflexión. La filosofía del "bahala na" nos vendría muy bien a unos cuantos de aquí.
100% contigo Eric.
¡Flipé cuando el primer día vi cómo se abalanzaban al principio del avión cuando todavía no había ni parado...!
¿Qué curiosa es la vida, verdad? Resulta que encuentro este blog a través de Iñigo Domínguez y su fantástica visión de Italia, empiezo a leerlo y me doy cuenta de que el nombre del autor me suena... y entonces caigo: compañero del master de periodismo de El Correo. Soy Ainara, tal vez no te acuerdes de mí, pero como yo también tengo un blog, inmediatamente te incluyo en los enlaces para seguirte la pista. Un saludo desde Bilbao (por cierto, espero no estar equivocándome de persona).
Hola, Ainara, sí que es pequeña la blogosfera, claro que me acuerdo de ti, estábamos los dos en el grupo de Iñaki Esteban. No sabía que eras tan fan de la F1, está muy bien tu blog. ¡Un saludo para ti también!
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