jueves, 27 de mayo de 2010

Por fin en Filipinas

"Hey, Joe!". Siempre que paso por su esquina, los conductores de pedicab -un sidecar a pedales que sustituye al taxi en gran parte de Filipinas- me dedican el mismo saludo acompañado de media carcajada, sin importarles mi nacionalidad, para ellos todos los blancos somos americanos. Suelen pasar el día entre risas, a veces colocan un desteñido tablero de ajedrez en la acera y mientras dos juegan en cuclillas, el resto observa la partida. Aún no me atrevo a jugar con ellos, sospecho que me apalizarían.

La calle de enfrente se cierra al tráfico entre las seis y las ocho de la tarde porque es la hora del partido de baloncesto para los jóvenes del barrio, que utilizan una única canasta colocada en la acera y las líneas pintadas sobre la calzada. Pese a la supuesta ventaja de mi estatura, tampoco me atrevo a unirme por los mismos motivos arriba explicados.

Cuando cae la noche, en las esquinas florecen los chiringuitos que venden todo tipo de vísceras a la parrilla. A partir de las nueve comienza a recorrer la zona un vendedor a pedales al grito de "baut, balut", el huevo ya fertilizado y con el embrión dentro que tanto gusta a los filipinos. Sobre las once sólo se oye su voz, el ligero ronroneo de una autopista próxima y los lejanos cantos de algún gallo de pelea enjaulado.

Apenas pasan coches por mi calle, los gatos callejeros campan a sus anchas a la espera de que la generosidad de algún vecino sacie su apetito, los niños se refugian del sol abrasador en los cibercafés, en los que se las horas ametrallando soldados. De vez en cuando se deja ver otro vendedor a pedales, con todo tipo de utensilios de cocina enganchados de forma imposible a su vehículo.

A menudo bajo a comer a una carindería, las tascas filipinas en las que te sirven una buena ración de comida local (no tan mala, al fin y al cabo) por poco más de un euro. Las más grandes tienen un karaoke en el que los trabajadores de una obra cercana se distraen interpretando empalagosas canciones de amor.

Queda lejos el ajetreo de mi anterior casa, los timadores, el tráfico que nunca decae, las obras que no paran por la noche, los vendedores de viagra, las masajistas del brazo de "Joes" barrigones, el ruido constante. También me queda lejos el distrito financiero, el estrés, las prisas por cumplir un horario de oficina, las bocanadas de humo tóxico cada vez que se me ocurría moverme en bici, las interminables colas para coger un taxi en el supermercado. Y cada vez estoy más convencido de que aquello tiene muy poco que ver con el resto de Manila, con el resto del país, donde la vida se consume despacio, con una sonrisa regada del omnipresente ron Tanduay y una despreocupación por el futuro desconcertante. Ahora sí, por fin vivo en Filipinas.

5 comentarios:

Aurora Moreno Alcojor dijo...

Qué buena pinta tiene este nuevo barrio, a ver si sacas tiempo y nos vas contando más historias de esos jugadores de ajedrez, seguro que tienen mil anécdotas maravillosas.

Saludos

Laura Villadiego dijo...

Cada vez tengo más ganas de ir a verte. Cómo me recuerda lo que cuentas a la burbuja que se forma en los barrios de expatriados de Phnom Penh, sin puestos en la calle, grandes supermecados, bares chic, calles más o menos bien asfaltadas y tuk-tuk que te cobran 6 veces el precio normal por todos lados. Eso no es Camboya.

Eric dijo...

Gracias a las dos, lo intentaré, Aurora, uno de los grandes cambios desde que me mudé es que ya no tengo que ir a ninguna oficina, petenezco al colectivo de trabajadores en calzoncillos. Así que tendré más tiempo.
Laura, yo creo que pasa en casi todos los países de la zona, pero aquí el contraste es brutal comparado con Vietnam, no sé cómo será en Camboya, a ver si yo también hago una escapada por allí.

Anónimo dijo...

Pablo a dit... eso de trabajadores en calzoncillos es un colectivo muy heterogéneo... Pero suena bien! A ver si dentro de unos meses te hago una visita.

Anónimo dijo...

Pablo a dit... Bueno, y que mas pasa por tu nuevo barrio?
A quien hay que matar para leer otro post?