Cuando por fin tomamos tierra, mi estómago dijo basta. Sólo le había pedido que aguantara hasta que terminara el vuelo y lo cumplió al pie de la letra. Con el avión todavía rodaba por la pista de aterrizaje, cogí la bolsa de papel que tenía enfrente y eché enterito el desayuno, almuerzo o aquello que me hubieran servido un par de horas antes, después de casi 24 horas entre aeropuertos y aviones uno pierde la noción de casi todo. Una vez terminada la primera tanda de la operación papillas (luego vendrían dos más antes de bajar del aparato), la simpática (y bigotuda, todo sea dicho) filipina que se sentaba a mi lado me dijo con cierta sorna que lo primero que había hecho al llegar a su país era vomitar.
¿Quiere esto decir que Filipinas es un país vomitivo? No creo que ninguno lo sea, aunque poco puedo decir: desde que llegué el viernes por la noche a Manila apenas he visto nada más que las paredes del apartamento donde me aloja estos días mi compañero Carlos y las de la oficina, a unos 200 metros. Voy a trabajar y a vivir en Makati, el distrito financiero de Manila, apresado entre rascacielos, franquicias de cómida rápida y centros comerciales. Todo es de una artificalidad desasosegante, ya añoro mi viejo callejón vietnamita con sus mercados callejeros, sus ruidosos vendedores ambulantes, sus bulliciosas tascas de pho y mi atenta frutera. Al menos la casa que he elegido (hoy, por fin) está en el límite de este distrito y muy cerca he visto un mercado ambulante y niños jugando en la calle. Eso sí, viviré en un pequeño apartamento en el piso 19 de una torre de más de 30.
A pesar de todo, sería mucho decir que el país es vomitivo. Una buena manera de averiguarlo es estudiar las costumbres culinarias. Ya he dicho que en Makati no es fácil porque estoy rodeado de establecimientos uniformes de comida rápida. La noche que llegué, arrastré mis huesos hasta el "restaurante" más cercano: un Kentucky Fried Chicken. A priori no me iba a ofrecer nada suculento ni me iba decir nada de los gustos gastronómicos del país, pero mi única urgencia era llenar el estómago antes de echarme a dormir. Estaba equivocado. Mi primera lección de gastronomía filipina fueron unos muslos de pollo frito servidos con un bollo de pan azucarado. No es que estuviera malo, pero defrauda las expectativas, igual que los palitos de pan -dulces- que me he comprado esta tarde o la ensalada de pasta y atún -dulcísima- que me han servido este mediodía. De esta dulcemanía filipina sólo salvo, de momento, un delicioso pollo en salsa de miel y limón. El resto es muy empalagoso y se libra por los pelos de ser vomitivo.
Más allá de sus extrañezas culinarias, de momento sólo puedo decir que los filipinos son amabilísimos, que los guardas de seguridad armados con impresionantes trabucos antediluvianos dedican un entusiasta "good morning sir" a todo el que entra a un establecimiento, que los vasos de los restaurantes de comida rápida son de cristal, las mujeres también fuman y algunos centros comerciales tienen entradas diferenciadas para hombres y mujeres. Hay muchos más gordos que en Vietnam (azúcar y más azúcar) y el mejor sitio en el que he comido -el restaurante español La Tienda- sirve bacalao a la oriotarra y tiene colgado en la pared el póster de la casi gloriosa Real Sociedad de la temporada 2002-2003 .
PD: Ahora que tengo casa y ya me puedo instalar, espero quitarle al blog la gruesa capa de polvo. A los que sigan por allí y a los que se hayan tropezado con esta bitácora: bienvenidos a Filipinas. Y sí, ya sé que tengo que cambiar la cabecera, pero dadme tiempo. Además, queda pendiente alguna que otra historia vietnamita.
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8 comentarios:
Pablo a dit...
Además de freaky de otras cosas, también soy un freaky de tu blog, por eso me alegra inaugurar la sección "Comentarios" de esta nueva etapa.
Tengo curiosidad por saber cómo de grande es el apartamento en el que vives? Tiene algún lujo (piscina, gimnasio, sauna...)? Cuando llegaste a Vietnam colgaste fotos de tu casa. Vas a hacer lo propio esta vez?
Cambio y corto
Feliz aterrizaje, Eric. Deseosos de seguirte por Filipinas. Y no te preocupes por los huecos temporales del blog: piensa en los mismos filipinos, cuya gracia también está en el hueco (estoy hablando de rosquillitas, no de sodomía).
Pablo, habrá foto de la casa, estoy esperando a tener internet en casa para reactivar definitivamente el blog.
Ander, me ha costafo pillarlo, tenía los filipinos muy muy olvidados. De hecho, nunca los he probado, sólo me ha venido a la cabeza la música del anuncio. "Si tomas filipinos ya verás". O algo así.
Aunque escriba poco, me apunto a comentar este primer post del renacer de tu blog. La ocasión lo merece. Este post demuestra que el problema de los mareos es tuyo y no de mi coche. ¡Así que deja de meterte con él!
Por cierto, te creo cuando dices que nunca has probado filipinos. Pero, ¿y las filipinas?
Minqueta, nunca he dicho que los mareos se deban sólo a tu coche. Pero tu coche es el más mareante en el que he montado. Mi mareo del avión fue por la insistencia, tantas horas, durmiendo mal y comiendo a deshoras, acaba quemando. En cuanto a tu pregunta, llevo en las Filipinas desde el 16 de octubre.
"¡QUEremos filipinos nada más!"
Así era la frase...
;-)
Un abrazo, Eric.
Gracias, Juan, muchas veces no entiendo bien los estribillos en los anuncios y me los invento. Un abrazo.
Eric, pensaba que habías abandonado el blog, pero me alegro de que no sea así. Retomaré la rutina de leerte en cuanto esté instalado. Y mientras leía pensaba en que hace año y medio durante el curso podías imaginarte que acabarías en Vietnam...pero esto!! Quién se lo hubiera imaginado...
Un abrazo y disfruta!
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