miércoles, 28 de octubre de 2009

El jardín de Tom

Tom, el vigilante de seguridad de la oficina comercial de Saigón, con un parecido más que razonable con el sargento García de la vieja serie del Zorro, es uno de los tipos más entrañables que conocí en Vietnam. La oficina está en una bonita villa colonial con un pequeño jardín a la entrada que Tom cuida con un mimo exqisito, sin que nadie se lo pida. Al lugar le quedan pocas semanas de vida, la oficina se traslada y la vieja villa será derribada, quién sabe si para poner en su lugar una de esas enormes torres que gustan a los dirigentes del país. Pero incluso sabiendo eso, Tom ha seguido en los últimos meses cuidando el jardín como si fuera a durar siempre, podando donde había que podar, arrancando malas hierbas y asegurándose de que la parra crece en la dirección adecuada para que los que allí trabajan recorran ese trozo de jardín bajo una agradable sombra. Me recuerda a esos Cuidadores de mundos que tan bien nos contó el amigo Ander.

Tom sólo habla cuatro palabras de inglés y yo tres de vietnamita, pero nos llevábamos bien. Un día distinguí un reptil de tamaño considerable sobre una rama y me quedé un rato mirándolo. Seguramente sea algún tipo de lagarto con habilidades de camuflaje, pero mi ignorancia fantasiosa decidió que era un camaleón y así lo llamaré desde ahora. No era un juicio infundado ya que cambiaba de color para pasar inadvertido. Recordando mis viejos tiempos de cazador de lagartijas, intenté agarrarlo, pero me faltó arrojo y se me escapó. Tom no perdió detalle y a los pocos días, cuando llegué por la mañana al trabajo no me dedicó el habitual y entusiasta “good morning”, estaba muy alborotado y se puso a repetir mi nombre y a hacerme gestos nerviosos para que le siguiera: había cazado el camaleón y lo tenía en la mesa de su garita. Lo tuve un rato en la mano y probé sus habilidades de camuflaje colocándolo sobre mi camisa. Evidentemente, no adquirió el color azul de la prenda, pero sí que iba cambiando a tonos próximos. Tom pretendía que me lo llevara a casa, pero ya tuve bastante con el mono y al cabo de un rato y alguna foto, lo dejé sobre la rama. Poco a poco fue adquiriendo un color marrón y se volvió casi invisible.

La escena se volvió a repetir alguna que otra vez, cuando Tom capturaba ejemplares especialmente grandes y los retenía hasta que yo los viera. Un mediodía de septiembre, cuando salía a comer, Tom me asaltó haciendo grandes aspavientos. “There, animal, big”, me decía sin parar de gesticular y señalando un edificio de la acera de enfrente. Me acerqué y vi a una decena de vietnamitas que se divertían con un reptil de unos 70 centímetros al que habían atado las patas y la boca. Me dijeron que se lo iban a comer y luego me lo intentaron vender por 250.000 dongs (unos cinco euros). Me negué, pero me dio pena y les ofrecí 50.000. Aceptaron encantados y volví al jardín al más puro estilo Liberad a Willy, aunque Tom lo retuvo unos minutos más y el burro de él (con cariño) intentó alimentarlo con migas de pan que casi lo dejan apto para la olla.

Estos días me estoy acordando de aquellos bichos, no sólo porque mola trabajar junto a un jardín con animales que jamás pensé ver fuera de un zoo o porque echo en falta zonas verdes en mi nuevo destino, sino porque me hubiera venido muy bien tener uno en casa. O al menos un geco como los que se vivían en mi habitación vietnamita. Y es que mi nueva morada está infestada de cucarachas. He colocado varias trampas con veneno en lugares estratégicos, he rebajado mi esperanza de vida varios años a base de insecticida y he dejado más de una mancha desagradable en las paredes, pero siguen apareciendo con desafiante insistencia. Por eso me vendría muy bien un depredador como aquellos que se paseaban por el jardín de Tom.


El reptil con la miga de pan en la boca

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Para las cucarachas, nada mejor que unas bolitas de ácido bórico mezclado con leche condensada. Las pones en las esquinas de la habitación y santo remedio.

Sldos

Ander dijo...

Magnífico. Me ha encantado la entrada.

Anónimo dijo...

Pablo a dit...
Como se enteren FJL y Pedro J. de lo del ácido bórico, se puede armar la "marimorena"...

Eric dijo...

Gracias por el consejo Naireth, me pondré a buscar ácido bórico, aunque como bien dice Pablo, si algún fabulador se entera de que un vasco compra ácido bórico, me relacionan con los terroristas islamistas del sur de Filipinas y reactivamos la historieta del 11-M.

Alberto dijo...

Uno de los primeros consejos que recibí al entrar a vivir en mi piso fue: dejar correr a los geckos en libertad para que atraparán los mosquitos que hubiera pululando.

RBO dijo...

Me contuve la primera vez con lo del mono, pero de esta no pasa.

¿Qué querrías hacer con la pobre lagartija? ¿Lo mismo que con el mono?
¿Separarlo de su madre y luego matarlo de hambre?
No te cortes, si quieres mi ayuda para escoger alguna especie de reptil que también esté en peligro de extinción...

Eric dijo...

Rodrigo, ya me hablaron de tu interpretación sobre la entrada del mono. No puedo hacer nada si no te fías de lo escrito, ya conté cómo fue separado de su madre. Si no te lo crees, cosa tuya.
En cuanto al lagarto, nunca pensé en llevármelo a casa, me parece retorcido llegar a interpretar eso si has leído el texto, simplemente quería cogerlo para verlo de cerca.
Te llamaré cuando me dé por extinguir una especie, pero de momento no tengo interés.
Saludos.