viernes, 10 de febrero de 2012

Malditos franceses

"Si hay una guerra entre Francia y España, pero Francia tiene razón, ¿con quién hay que ir?"

Supongo que a mi madre le dejó algo perpleja la pregunta de su hijo de ocho o nueve años, pero no recuerdo ni un atisbo de duda, ni un segundo de titubeo en su respuesta: “Tienes que ir siempre con tu país”.

Aquel día, sin saberlo, me hice nacionalista. Yendo al colegio al otro lado del Bidasoa, eso significaba hacerse antifrancés. Primero probé mi nueva ideología en la geografía, estaba empeñado en demostrar a mis compañeros franceses del colegio de Hendaya que España era más grande que Francia. La discusión, aun en tiempos precibernéticos, no daba para largo, por mucho que yo insistiera en reivindicar las Canarias como arma secreta. Tampoco funcionó con el número de habitantes, ni con el monte más alto, ni el río más largo, así que terminé volcando mi furia rojigualda en lo que tenía más a mano: los deportes.

La furia, todo hay que decirlo, empezó con timidez. A finales de los ochenta, Perico (otra víctima de la envidia gala) y un puñado de ciclistas españoles eran de lo poco salvable para hacer frente a las chanzas de mis compañeros de clase franceses. Uno se resarcía de tanta miseria con los partidos de fútbol Francia-España que organizábamos en el patio y gritando más, una táctica que al parecer sigue en boga.

Eran tiempos en que para llevarse una alegría en el tenis masculino uno tenía que hacerse de Chang porque tenía cara simpática y lo de ser medio chino llama la atención. Por fortuna, los franceses tampoco estaban para demasiados trotes y eso permitía ir tirando con Perico, Arantxa y Carlos Sainz con la cabeza alta. Recuerdo el Tour del 89, el que perdió Fignon en la última crono ante Lemond, como una de las mayores juergas deportivas de aquella época.

Y en eso, llegó Miguel. Al principio me dejaba frío, porque yo era fan de Perico y que su gregario le quitara tan pronto el protagonismo me dolía. Además, como patriota, no entendía bien que ganara Tours como un francés, a la Anquetil, gracias a su fuerza en la contrarreloj, su aguante en montaña y su perfecta estrategia en carrera. Pero terminé aceptándolo, qué remedio, aquello era el estoque ideal para aleccionar a esos gabachos bocarrifles, uno vivía en julio con la mente puesta en septiembre para recordarles todas las hazañas y la impotencia de Luc Leblanc, de Jalabert o de Virenque.

Ya desde Indurain fue todo una fiesta, en Barcelona 92 descubrí que los españoles eran capaces de ganar en disciplinas tan dispares como el decatlón, la natación, el judo, el ciclismo, el fútbol y el tenis. Cada mañana el Marca traía una nueva alegría, y yo me deleitaba leyéndolo de pe a pa en la playa de Benidorm. En algún momento me pregunté cómo se podía pasar de la penuria más absoluta a aquel jolgorio de las 22 medallas pero estaba claro que era porque España jugaba en casa y se había quitado los complejos.

Mientras Indurain seguía ganando Tours y Giros, yo dejé de lado a Chang porque Bruguera conquistaba el Roland Garros dos veces seguidas, la segunda jugando la final contra otro español, Berasategui. En atletismo ya partíamos la pana con Fermín Cacho y los marchistas, pero después llegaron los maratonianos, atletas talluditos que habían pasado sin pena ni gloria por el medio fondo y descubrían que lo suyo era la larga distancia, donde podían sacar provecho de su mayor punta de velocidad en los kilómetros finales. Uno de ellos, guipuzcoano, se murió antes de cumplir los 40 por un fallo cardiaco, decían que le podía haber pasado a cualquiera, una fatalidad estadística.

Se ve que lo de los maratonianos fue la gota que colmó el vaso de la envidia gabacha porque en L’Equipe empezaron a sacar noticias sobre su supuesto doping  y su relación con el antiguo médico de Indurain, al que no tragaban por ganar tantas veces en su casa. Un poco antes, un exciclista francés del Banesto acusaba a todo el equipo de meterse EPO. ¿Doping? ¿Españoles dopados? Si son muy majos en las entrevistas que les hacen, no como ese Ben Johnson, que no sonríe nunca y sólo con oír su nombre ya piensas en drogas. Mi granítica mente nacionalista no admitía esa posibilidad y estaba claro que los franceses querían enfangar y tenían envidia porque desde Hinault no habían ganado un Tour ni desde Noah (ese canalla) un Grand Slam.

La rabia por el Mundial de Francia redobló mi fervor patriótico y mi odio al gabacho, pero a fuerza de frecuentar a nacionalistas de distintos pelajes, descubrí que en el fondo todos eran iguales y que por lo tanto no tenía ningún atractivo serlo. Al mismo tiempo, empecé a sospechar que esos españoles que eran tan majos y hacían demostraciones de casta y talento en todas las competiciones a lo mejor no eran trigo limpio y los franceses (pero también los alemanes, los italianos…) quizá tienen razón y España no se toma en serio lo del doping. Después del escándalo Festina, el chasco de Pantani y la dictadura de Armstrong (¿cómo se va a arriesgar a doparse un tío que ha tenido cáncer?) llegó la Operación Puerto y me creí lo de "todos menos Valverde" porque yo siempre había creído en Valverde, el imbatido, el nuevo Eddy Merckx, como lo llamaba Carlos Arribas, y un tío con semejante talento no podía ser un tramposo. Todavía tuve tiempo de decepcionarme con Landis y su epopeya impulsada por la testosterona proveniente del whisky que bebió la noche anterior (eso dijo), y ya desde entonces veo el ciclismo con una venda en los ojos, pero lo sigo viendo, por una especie de fidelidad a la infancia, como el creyente que va a misa aunque hace tiempo que le asaltan las dudas de fe y en el fondo no cree en Dios. 

Todo este rollo para decir que con mis antecedentes entiendo perfectamente a los españoles cabreados, sus rabietas y sus lloriqueos porque fui como ellos y es indudable que Contador tiene aspecto de niño bueno y cuando no da pena con su carita de ángel y su cavernoma, es campechano, como el Rey, un chaval como tú y como yo, muy de su pueblo, amigo de sus amigos y con un hermano discapacitado. Si siguiera siendo nacionalista y ciego y me importara un pimiento quién tiene razón, estaría tan cabreado como el que más por la sentencia del TAS y pensaría que es una maniobra torticera de los gabachos, que nos tienen envidia porque no ganan nada. Si además fuera un poco maquiavélico, seguiría aparentando el cabreo, pero en el fondo me alegraría, porque nada une tanto a la patria, ni desvía tanto la atención sobre los problemas internos como la ira contra un enemigo externo, un tanto difuso, que siempre está pensando en cómo putear a sus vecinos pobretones. Supongo que también hace vender periódicos, pero leyendo algunos panfletos deportivos me da la sensación de que toda esa bilis ni siquiera es una estrategia comercial. Los manipuladores vienen manipulados de fábrica. 

1 comentario:

Marcos Don Filipinas dijo...

Menos mal que no habla el Eufemiano...